La NO censura

Yo nunca viví la censura. Soy parte del grupo que los que yo llamo “grandes” definen como “hijos de la democracia”. Sospecho hoy que la mayor censura que habré vivido en mi vida habrá sido la que mis padres me propinaban al pasar por algún kiosko cuando metros antes me decían: “Vamos a pasar por un kiosko, no tenemos plata, no se te ocurra pedir nada ni hacer ninguna escena porque no te vamos a comprar nada”. Si eso puede ser considerado censura es la mayor censura que sufrí en mi vida.

Hace poco tiempo que trabajo en los medios y, por ahora, la vida me agració dándome la posibilidad de encontrar en el diario y en la radio donde hago periodismo un espacio plural donde puedo decir lo que pienso siempre y cuando tenga las agallas para hacerme cargo y las pruebas para certificar la veracidad de los hechos.

¿Acaso no se trata de esto el periodismo? ¿De decir la verdad? ¿De relatar las cosas que suceden con un cierto grado de análisis y tenor periodístico? Espero no me hayan enseñado mal. Yo no se lo que es no poder decir lo que se piensa. Realmente no lo se. Y me permito ser honesto con todos ustedes, realmente no me interesa averiguarlo.

Quizá sea una preocupación infantil, quizá esté exagerando pero este martes a la tarde tuve cierto miedo. Tanto miedo que el miércoles no escribí. No se porque no escribí, pero algo me hacía sentir mal si escribía y no pude dormir porque no escribí. Soy un aprendiz de periodista que escribe en un blog que no lee nadie y aún así me sentí intimidado. ¿Me habré equivocado de oficio? ¿Debería haberle hecho caso a mis viejos y estudiar abogacía?

Los parámetros periodísticos dicen que para contar una noticia hay que poder responder a las cinco preguntas básicas. ¿Qué?, ¿Quién?, ¿Cómo?, ¿Cuándo? y ¿Dónde? No sabía que desde el poder central se podían establecer otros parámetros periodísticos que nada tienen que ver con el quehacer sino con el “comohacer” de nuestro oficio. Son pocos los que practican esta profesión y realmente se llenan de dinero. Está claro que es una tarea que apenas, en los casos más agraciados, permite que se viva de esto. En otros casos, como el mío, hacemos otros trabajos para poder seguir haciendo lo que más nos gusta, ser periodista. Creo que esto es razón suficiente como para valorar la tarea del periodista tenga el color o la orientación política que tenga.

Una señora que me enseño muchísimo de periodismo (y todavía me sigue enseñando, día a día y con mucha generosidad) me conmovió, como tantas otras veces, en la cocina de su propia casa. Allí yo estaba realizando el simple y casi automático proceso que requiere abrir una botella de vino. Al quitar el plástico que recubre el pico de la botella descubrí que el corcho era de goma. Sí, no era de corcho, como yo esperaba. En ese momento me pregunté en voz alta: “¿Por qué será que ahora los corchos ya no vienen más de corcho?”. Una verdadera tontería, estamos de acuerdo. Ella, la señora de la que les hablaba antes, me dijo: “Ves, vos sos periodista, nadie que se pregunte esas cosas a tu edad no puede NO SER periodista”.

Deduzco entonces que soy periodista por mi inquietud espiritual. Por animarme a pensar y a sentir cosas distintas sobre las cosas que nos pasan por al lado. Porque no me da lo mismo ver a alguien pasándola mal en una esquina. Quiero hacer y vivir de esto porque pienso que es una de las formas más nobles de poder hacer algo para ser un factor de cambio en una sociedad que está en constante cambio y que merece ser cambiada y reformada cuantas veces se pueda.

Parece ser, sin embargo, que hoy, en pleno siglo XXI las formas de censura han cambiado. Ya resulta bastante caro los mecanismos nazis o, sin ir más lejos, los de la última dictadura militar. Ahora la censura tiene otras formas. Tiene la forma de D’elía en la plaza, la forma de un acto pagado con nuestro dinero, de un discurso agresivo que fija parámetros periodísticos. La censura, hoy, tiene forma de adjetivar algo como “cuasi” mafioso, tiene forma de pauta oficial y de decretos de asignación de frecuencia.

¡Qué difícil es ser medio en el medio de todo esto! Repito, yo no viví la época de la censura. Cuando yo nacía las urnas ya no estaban tan bien guardadas. La gente se disponía a elegir a su próximo presidente constitucional. Octubre de 1982. Meses antes, periodistas gráficos que habían sufrido y sufrían la censura se animaban a hacer cosas que eran, son y serán admirables. Por ejemplo cuando Hermenegildo “el Menchi” Sabat dibujaba al dictador Leopoldo Galtieri con un vaso de whisky en la mano. Sí, dibujaba a un dictador acusándolo de borracho y en aquel entonces no le dijeron nada. El martes el propio Sabat, temeroso de los efectos que podían tener las palabras de la presidenta desde la tribuna de Plaza de Mayo, retrató la situación con esta caricatura.


La presidenta de la nación lo acusó de mafioso. ¿Hasta cuando o mejor dicho desde cuando esta censura represiva? Ya es hora de que todos de una vez por todos nos banquemos la democracia. Si democracia significa, entre otras cosas, la libertad de expresión hay que aceptarla. Hay que aceptar que la democracia sea para todos y no para algunos, que sea siempre y no cuando nos convenga, que sea también de los opositores y no que estos sean golpistas por no estar de acuerdo. Uno de los resultados, desde el punto de vista social, que tuvo el conflicto entre el campo y el gobierno es el haber dejado expuesto a las claras lo poco democrático de un gobierno que se llena la boca afirmando serlo.

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