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Mostrando entradas de abril, 2009

Un viaje sin retorno

Para la gente que vive en el conurbano, como yo, que está acostumbrada a viajar una hora y media todos los días para ir a trabajar la noción de cercanía y su opuesta, la lejanía son enormemente relativas. Los 35 kilómetros que me separan de la Capital Federal no son nada comparados con los interminables 19 kilómetros que se encuentran entre mi casa en Morón y Gregorio de Laferrere. El sábado pasado tenía una misión que era parte de mi actual trabajo. En el marco del debate por la ley de imputabilidad había que conseguir la palabra de menores delincuentes. Esto implica, para empezar, una condena previa, decretando yo desde mi punto de vista quienes son delincuentes y quienes no, algo que en lo que se refiere a los menores, ni siquiera el Código Penal puede hacer. Ese sabor amargo ya invadía mi boca mientras me subía al colectivo 236 en dirección al barrio a las 7.30 AM. El reloj movío incansablemente sus agujas para marcarme que fueron 40 minutos los que duró el viaje. Las "manit

¡Viva la televisión!

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Ustedes desde estas páginas fueron testigos de mis impericias a la hora de encontrar trabajo relacionado con el periodismo. Ese sueño casi utópico de querer vivir y trabajar de lo que a uno le gusta, donde a uno le gusta vivir, en un país donde abunda el hambre, la pobreza, las epidemias de principios del siglo pasado pero no el trabajo. Parece que, una vez más, las cosas salieron bien. He conseguido trabajo en los medios. Es irrisorio pero para un ferviente apasionado por la radio como yo resulta hasta irónico que sus trabajos más importantes hayan sido en televisión. Más allá de poder comer de lo que uno hace no hay que dejar de reflexionar sobre su entorno por eso, ahora que vuelvo a trabajar en televisión, más que nunca debo meditar sobre ella. Haciéndolo encontré un texto que realmente resume mucho de lo que se ve como consecuencia de apretar el botoncito que dice "on" en nuestro control remoto. Leamos juntos a Leo Masliah en su texto "Canal de Nada" del libro

Trascender y la estupidez al servicio de vender papel

Me levanté tarde. Ayer tuve un día agotador. Una de esas jornadas que seguramente reviviré cada vez que mis hijos estudien con su moderno profesor de historia los acontecimientos más importantes de los últimos años. Seguramente me encontraré refutando algunos conceptos de historiadores que escriben sesgados por su subjetividad y sin haber estado ahí. Ayer tuve el privilegio y el honor de participar en la despedida al ex-presidente Raúl Alfonsín. Cuando se esbozan las cifras desde los grandes medios viene a nuestra cabeza aquella pregunta tan desagradable; ¿Se lo merecía? Quizá como práctica socrática me animo a repreguntar a aquellos que se preguntan esto; ¿Importa si se lo merecía? Hay un dicho que manifiesta que en la mayoría de los casos, la realidad supera la ficción y quizá este ha sido uno de esos episodios donde lo concreto va más allá de lo que uno puede suponer realizando esas irrisorias conjeturas entre neuronas y dentritas. Más de 80.000 personas pasaron por el salón azul a