Un triste viaje color púrpura

Hace algo más de un mes atrás, cuando escribía la crónica sobre el allanamiento de Papel Prensa, jamás imaginé la repercución que podía llegar a encontrar a nivel nacional. La semana pasada aquella nota de información plena irrumpió en la redacción del diario Crítica y poco tiempo después mi teléfono sonó para asistir en la investigación.

Crítica de la Argentina creía necesario, para la publicación de un informe especial, realizar su propia investigación en aguas del Riacho Baradero y comprobar si efectivamente la pastera dirigida por el Jefe de Gabinete Alberto Fernández contaminaba. Desde San Pedro, esto es un secreto a voces acompañado por una certeza que tienen aquellos que conviven día a día con su existencia pero como suele pasar en estos casos, que este comprobado toma otro tenor.

El viaje desde Buenos Aires hasta la ciudad de San Pedro se desarrolló con total normalidad. Un técnico bioquímico de la Universidad de Buenos Aires, un fotógrafo del diario y uno de los principales periodístas formaban parte de la comitiva que tendría la responsabilidad de averiguar sobre los niveles de contaminación de una de las más grandes generadoras de empleo de San Pedro.

Una vez en la ciudad nos encontramos con quien nos alquiló la lancha para que podamos hacer el recorrido por la parte trasera de la planta, que tantos conocen de su existencia pero que pocos conocen sus recovecos, debido al gran hermetismo que la circunda desde sus orígenes.

El sol y el viento eran fieles testigos de los nervios que se sienten al saber que uno comprobaría aquello que prefiere no existiera. Es evidente que ni el más sádico de los seres humanos puede desear que una planta de tamaña magnitud lleve veinte años contaminando sin que nadie siquiera lo advierta.

Río abajo, pasamos por la parte posterior del paseo público, la salida del Club de Pescadores, el Náutico y toda esa geografía tan conocida por los sampedrinos y tan sorprendentes para los ajenos visitantes que hasta allí, no podían creer que algo pudiera deteriorar tan vilmente tanta belleza. La vegetación enmarcaba con su verde la postal más hermosa que la naturaleza del Paraná jamás haya podido dibujar.

El viaje continuaba y a medida que nos ibamos aproximando a Papel Prensa lo esperado se hizo perceptible. Todavía desde allí sólo era visible, diminuta, a la distancia, la enorme planta. Sin embargo, nuestro olfato percibía ya la presencia del gigante. El olor era intenso. Un hedor que bien puede estar relacionado con el tratamiento industrial que se hace de los materiales necesarios para realizar el papel. Ese aroma que no le es ajeno a ninguno de los habitantes de esta ciudad que reconocen como habitual y hasta formando parte del paisaje.

La propiedad privada de Papel Prensa empieza muy cerca de la entrada de barcos que abastecen a la empresa. Allí viramos con la lancha con el fin de observar, entre otras cosas, el agua y los alrededores. No se pudo advertir nada distinto a otras costas ubicadas en otros sectores del riacho. Rápidamente y con el mínimo tiempo como para tomar algunas fotografías, personal de la empresa, gesticulando, nos solicitó que nos retiremos del lugar.

Continuamos río abajo. Habiendo visto esa parte de la costa, la esperanza de que efectivamente no contaminara, se hacía más grande. Dicen que la ilusión es lo último que se pierde y efectivamente se perdió. Algunos metros más navegamos río abajo y un manchon púrpura intenso se hizo presente diferenciándose claramente del cotidiano marrón del río.

Una estrecha salida de agua de poco calado provenía de los adentros de la planta. La navegación por aquella salida era virtualmente imposible con lo cual decidimos no correr ese tipo de riesgos. Acercamos la embarcación a la costa y dando un salto me abrí paso entre los pastizales que se asoman haciéndole frente a aquella sustancia espesa de color intenso que, sin duda, no es producto de la naturaleza.

El bioquímico insistía con que había que llegar lo más cerca posible del afluente por el cual se vertían los desechos, mientras más próximo se esté a ese lugar más certeros serían los resultados. Así fue que con la presencia de la Escribana Gasparín recorrimos la densa vegetación que nos dio gran batalla a la hora de cruzarla. Las espinas hicieron que aproximarse al paredón de donde salían las sustancias se vuelva poco a poco cada vez más complejo. Luego de recorrer las tres cuartas partes del camino el catedrático de la Universidad de Buenos Aires decidió que era suficiente para determinar si Papel Prensa contaminaba.

En ese momento me resultó irónico pero necesario realizar las pruebas químicas pertinentes. Es evidente que siempre es necesaria la prueba académica y científica en este tipo de casos tan delicados pero muchas veces lo sensorial resulta ser evidencia. El sector de agua donde el técnico se acercó a tomar las muestras tenía sobre ella una bruma digna de una película de Tim Burton, sólo faltaba Jonny Deep y sus piratas del caribe. Era una escena tétrica. El olor que, por supuesto, era muchísimo más intenso que en los comienzos, sumado al púrpura del agua y coronado por una bruma espesa, que, según los que saben, es producto de la diferencia de temperatura entre los vertientes y las aguas, hacían que la contaminación sea un hecho.

Todo lo necesario estaba listo. Era hora de emprender el regreso. El viaje río arriba sirvió para descansar los cuerpos ajetreados por la travesía realizada entre la espeza vegetación. En el corazón las sensaciones encontradas, por un lado la satisfacción de la tarea cumplida, por el otro la tristeza de entender el tenor que tendría esta investigación que dejaría en vilo a toda una población.

Quizá producto de este malestar fue la decisión de pasar por las puertas de Papel Prensa SA para intentar, de ser posible, entrevistarse con alguno de ellos y expresarles nuestra preocupación. La respuesta fue negativa. El Ingeniero Scarabino no se encontraba en planta y el Ingeniero Mariani, gerente de la papelera, adujo estar en una reunión de importancia. De todas maneras, fuimos advertidos que la única forma de obtener algún tipo de testimonio era con la autorización correspondiente de las oficinas centrales en Capital Federal.

El recorrido que teníamos por delante era de 154 kilómetros. Una distancia que resulta poca para aquellos que semana a semana se acercan a la ciudad de San Pedro con el fin de hacer turismo. Sin embargo, para nosotros significaba la responsabilidad de llevar nuestras mochilas cargadas de pruebas y contrapruebas que, a las claras, confirmarían luego la triste realidad. Papel Prensa contamina.

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