Kamchatka (Un lugar para resistir)

China a Kamchatka con tres; Siberia a Kamchatka con tres; China a Kamchatka con dos.

Cuando recién empezaba a estudiar Ciencias Políticas me crucé con una innumerable cantidad de profesores e intelectuales; todos ellos un mundo en sí mismos. Algunos más revolucionarios que otros, estos más cercanos a nosotros que aquellos pero todos en algún punto confluían, además de vivir la realidad les gustaba pensarla. Uno de ellos era bastante extravagante y supo en una de sus grandes exposiciones de jueves por la noche (todavía recuerdo el día) darme una frase que acuñé para siempre.

Los pongo a tono con la situación. Tenía 19 años y a esa edad pocas cosas realmente interesan fervientemente. Un hombre de 48 años bien vestido, uñas acicaladas y un delirio de grandeza importante alteran a cualquier persona que pretende jugarla de rebelde y “hacer la revolución”. Él sabía muy bien que mi utopía no duraría mucho y parecía aprovecharse de eso. Lo odiaba y yo creía que él me odiaba a mí. Con el tiempo ese profesor comenzó a hacer foco en mi cabeza y empecé a entender el valor que sus clases tenían.

Más allá del desprestigio con el que contaban sus cátedras en mi psiquismo, solía ir regularmente, no era de perderme sus clases. En una de ellas comenzó preguntándonos porque estudiábamos Ciencias Políticas. Para sorpresa de todos nadie parecía tener una respuesta concreta. Claramente la salida laboral no es una respuesta para esta carrera, “porque me gusta” no suena como una salida muy argumentada y con el nivel suficiente que se espera de alguien que aspira a ser un cientista social, y todo otro sin número de balbuceos sin importancia.

Al vernos tan perdidos el profesor (cuyo nombre recuerdo perfectamente pero decido reservármelo) decidió ayudarnos. Nos explicó que no sabíamos porque estudiábamos esta carrera porque en realidad no teníamos claro para que servía la política. No es moco de pavo darse cuenta en tercer año que uno no sabe para que sirve lo que está estudiando. Ahí nomás y para cortar con esa agonía que sentíamos en nuestra alma nos dijo: “La política sirve para cambiarle la vida a la gente, ustedes tienen que pensar que estudian Ciencias Políticas para cambiarle la vida a la gente”

Alta rotura de cabeza la mía entonces desafiante le retruqué. Sí, cambiarle la vida a la gente para bien. A lo cual él respondió que no era una cuestión moral, que la política siempre le cambia la vida a la gente, para bien o para mal es según el prisma con el que se la mire.

El problema es que tanto una política de estado programada y trabajada desde las altas cúpulas de un gobierno de facto, como una politiquería barata hecha de manera improvisada y trabajando más sobre los errores que sobre los aciertos suele influenciar directamente sobre las personas.

Estas políticas se analizan a nivel macro y por esto, sorprenden, impresionan pero rara vez conmueven. La situación política actual se puede resumir con el concepto de resistencia. Nadie quiere dar el brazo a torcer, la idea es resistir a toda costa. Unos en la tesitura de que son los dueños de la argentina y los otros con la concepción de que como gerenciadores de un país que es dueño de otros quieren cambiar los nombres que figuran en los títulos de propiedad. Resistir. La cosa va de resistir. Resiste el campo con su medida de fuerza que parece ser cada vez más desmedida, no por lo que causa en la población sino por los efectos que tiene en los propios integrantes del sector que ven como sus ahorros van disminuyendo poco a poco sabiendo que no va a haber una entrada económica que contrarreste ya que han decidido no producir trigo.

Pero claro, esta realidad no se retrata. Se habla de los millones de dólares que pierde el estado nacional (NO EL GOBIERNO) por el cierre de las exportaciones de trigo pero no la pérdida de aquel pobre campesino que debe estar pensando en arrendar el campo o en su defecto en buscar otra salida al problema.

Por lo general lo que los medios no muestran queda en la retina de la gente para que tarde o temprano el arte tome la posta y lo muestre de otra manera. Lo importante es como contar algo. Es aquí cuando la misma realidad conmueve hasta las lágrimas. Marcelo Piñeyro vio y vivió como su generación de cineastas argentinos entraron en la ola de filmar películas que criticaban y defenestraban (como bien merecido lo tienen) al último proceso que sufrió nuestro país entre 1976 y 1983 pero encontró otra forma de contarlo.

Entendió perfectamente que la política se trataba de eso, de resistir. En mayor o menor medida, según sea el tenor de las circunstancias, pero la idea es resistir. Resistir para trascender, para poder cambiar, para transformarse en ese factor provocador que genera en alguien más ese espíritu crítico. De eso se trata, en cierta forma este blog, de resistir para cambiar.

Y, por cierto, todo aquel que se considere un avezado jugador de T.E.G. y conocedor de sus estrategias sabrá que Kamchatka es el mejor lugar para resistir.


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