Un viaje verde

Faltaba un año entero para terminar el secundario. Cuando uno está más cerca de lograr lo que tanto quiere más ansioso se pone. Todo un año. Después, a la distancia, nos damos cuenta que ese año, como tantos otros pasó volando. Pero en aquel momento de la historia, el final no llegaba más.

En el colegio al que me mandaron mis padres organizaban campamentos de integración todos los años. Ese año tocaba un viaje a las cataratas del Iguazú. Un recorrido que prometía encontrarse con las bellezas más importantes de nuestra mesopotamia. Pasaríamos por Entre Ríos, recorreríamos Corrientes para terminar en la pequeña y frondosa provincia de Misiones.

El viaje se desarrolló como cualquier otro realizado por chicos de esta edad. Cantos, bailes, bromas varias y todo ese tipo de cosas que cualquiera que las haya vivido las añorará indefectiblemente. Sin embargo, desde pequeño fui una persona extremadamente curiosa. Lamentablemente, o por suerte, mi curiosidad iba más allá de la de un chico normal que sólo se interesa por lo prohibido o por aquello que pueda sostener su atención por más de 15 o 20 minutos.

Parte del recorrido incluía la visita al Establecimiento Las Marías, el lugar donde se hace la yerba mate más famosa del país. Es un campo hermoso, con parques bien cuidados, juegos de todo tipo y por supuesto las máquinas con las que los obreros llevan adelante el proceso productivo de la yerba. El tour a través de la planta era optativo y realmente fuimos pocos los que lo realizamos. Allí nos mostraron los molinos que trituran la hoja de mate para después ser trabajada. Nos impresionaron en nuestra tierna adolescencia cuando nos mostraron esos enormes hornos a altísimas temperaturas que los secadores utilizaban para, obviamente, secar la hoja y la mezcla triturada.

Claro que si bien no recuerdo exactamente cual es el proceso de producción de la yerba mate pero este viaje, sin dudas, logró proveerme de una idea acabada del trabajo que significa producir este producto tan usado por los argentinos. Nos fuimos con nuestras manos llenas de regalos, mates, distintos tipos de yerbas y todo un sin fin de elementos que sólo provocaron el odio de los encargados de limpiar el micro y nuestra más acabada felicidad.

Siete años pasaron y aquella imagen hermosa de las arcas de entrada del Establecimiento Las Marías toma otro color. Justo en épocas en donde la gente de la llanura pampeana pretende que “todos seamos el campo” ellos mismos se están olvidando del “otro” campo. El de los yerbateros misioneros que reciben un precio altamente inferior por el kilo de hoja de yerba mate. El valor estipulado es de 0.52 centavos y llegan a percibir hasta 0.12 centavos cuando no reciben elementos en forma de intercambio.

Vos te estás preguntando: ¿Por qué esta entrada en este blog? Sólo puedo responder con una frase que está bien cerquita del corazón, porque la injusticia es siempre injusta sea donde fuera que se ubique. Hoy los yerbateros, el más bajo eslabón de la cadena productiva, está reclamando que los más altos eslabones como las molineras y los secadores paguen lo que es justo por el producto de su trabajo. El precio de la yerba sube a costas del peso que soportan sobre sus espaldas nuestros hermanos misioneros.

Los árboles de la General Paz nos hacen muy borrosa la visión a la hora de mirar más allá de las arcas de esta maldita ciudad, tan bella y tan engañosa como todas. Lamentablemente casi ninguno de nosotros tiene la posibilidad de viajar para experimentar estas cosas. Viajamos de vacaciones, viajamos para “desenchufarnos”. Sería bueno que la próxima vez que emprendamos un viaje nos “desenchufemos” del pensamiento y la mirada capitalina para ampliar nuestros horizontes e incorporar a nuestra vida otras realidades que son enriquecedoras en sí mismas y cuyos protagonistas son hermanos argentinos que comparten nuestro mismo suelo. La verdadera unión de una nación se logra con el corazón.

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