Sangre Blanca

El verde césped tan hermoso y anhelado se enaltece con los rayos de sol que reflejan en forma horizontal. Está llegando el atardecer. La fresca que le dicen. El panorama es desolado, caras de angustia, cansancio, tristeza y desazón. Los ojos muestran la desesperanza de experimentar un conflicto en el cual no se avizora una salida concreta, ni pronta. Desgastados, tomando fuerzas de lo que creen que es lo justo una y otra parte continúan arremetiendo utilizando diferentes actores para sostenerse de pie.

Las rutas, ese lugar de nuestro país que está acostumbrado a ser un lugar de tránsito ahora ya están acostumbradas a alojar a decenas de miles de personas día a día a lo largo y a lo ancho del país como único formulario de reclamo, el único libro de quejas legible para el poder central.

La tierra sufre los embates de la falta de decisión política; sufre la desidia del olvido de la gente que debería recordar que hay que aprovecharla y no usufructuarla. Entre esto, a las 11 de la noche de ayer, la imagen en mi televisor me invadió de tristeza. En mi garganta, un nudo enorme dificultó mi ingesta nocturna. La tierra estaba sangrando por televisión. Sangre blanca, la sangre que es producto de su sacrificio, esa sangre blanca que alimenta a tanta gente y que podría alimentar a muchísima otra gente que sufre hambre y que ama a la tierra, aunque esta por circunstancias ajenas a lo natural y pertenecientes a lo social los ignora constantemente. Paremos esta hemorragia blanca de la tierra.



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