¿Normal?

Ya había hablado en este espacio de que mi vida en el 2008 está cambiando radicalmente. En parte, varios de esos cambios se ven reflejados en este espacio; sin ir más lejos, este blog es parte de los diferentes caminos que está tomando mi vida. Paso a relatarles uno de mis grandes avances en este año bisagra en mi vida.

Este año descubrí el cine. Dicho así pareciera ser que viví hasta este año en un repollo del tamaño de un dedal y que al salir me di cuenta que hacía mas de 90 años se filmaban películas. No es así. Solía ir al cine, solía ver películas pero no había descubierto al cine.

Hace ya tres años tengo un amigo y hermano de la vida que además de ser un melómano empedernido es fanático del séptimo arte. Siempre sufrí cuando en una charla de personas “normales” (prestale atención a este término que, como verás en el título, va a ser central) yo me veía obligado a decir la verdad y decir que nunca había visto Star Wars o también llamada La Guerra de las Galaxias. Dale, te doy tiempo para que te cagues de risa, dale. ¿Ya esta? Bien, nunca la vi porque no me interesa la ciencia ficción; nunca me interesó. Fue precisamente este amigo el único que se animó a decirme, entre todas las risas y carcajadas de los demás, que no tenía porque verla, que conociéndome no le parecía extraño, todo lo contrario.

Poco a poco y a lo largo de mi historia y de nuestra amistad fui descubriendo ese otro lado del cine, ese arte de contar historias tan simples tan grandilocuentemente; esa virtud de dejarte sentado y a la vez volando por los aires en una escena.

Sentí la necesidad de contarles este pedazo de mi historia para explicar porque dos días seguidos escribo sobre películas pero también sentí que abrir un poquito mi corazón acá sirve para que conozcan al hombre detrás de la pluma. Como leyeron en la entrada anterior, el domingo vimos con mi mujer la película La Terminal y aproveché su historia para contar otra historia, la de las leyes anti-inmigratorias en Europa.

Mi adicción es tal que cada vez que encuentro dos o tres horitas de tiempo en mi día intento ver alguna película. Ayer, a las 22 horas, los canales de cable largaban sus películas a rodar. Un canal que, honestamente, no frecuento se disponía a proyectar una película que tenía como protagonistas a Cuba Gooding Jr y a Ed Harris. El primero había logrado conmoverme hasta las lágrimas en Hombres de Honor (aquella en la que De Niro es su entrenador y él es el primer buzo negro de la historia de EEUU.); el segundo, en cambio, había logrado que lo odiara en Glen Garry Glen Ross (el nombre en Argentina fue El Precio de la Ambición, miserias que logra la traducción pero eso es un tema para entendidos). Con estos dos actores, la película se merecía una oportunidad.

Para mi mayor y más grata sorpresa la película se llamaba Radio. Ustedes lectores frecuentes de este espacio o amigos personales conocen de mi fanatismo y mi pasión por la radio. Sin embargo, la película hablaba de otra cosa. Una vez más una película que reivindicaba las diferencias.

No se que me pasa últimamente. Esta temática me está marcando tanto intencional como casualmente. En este caso Cuba Gooding Jr encarna a Radio, un chico con capacidades diferentes con una pasión tan marcada como la mía, quizá, con la radio. De hecho, es su única vía de escape, la lleva consigo todo el día, la escucha, la paladea. Música, noticias, todas sus sensaciones pasan por la radio.

Las diferencias se ven acentuadas cuando un grupo de jugadores de fútbol americano lo encierran y golpean. Así lo que todos suponemos. Lo humillan, lo segregan, lo desprecian. El entrenador del equipo de los bárbaros golpeadores, Ed Harris, lo rescata de la golpiza y poco a poco se va transformando en su mentor. La película transcurre en episodios que resultan ser de un doble aprendizaje. Por un lado, lo que aquel joven va aprendiendo en la interacción con la comunidad y por el otro lo que la comunidad aprende del joven a nivel humano. Radio, ese pasa a ser el apodo del joven debido a su fanatismo, es un extraordinario ser humano con un corazón tan noble como uno se puede imaginar; dispuesto a hacer cualquier cosa por los demás.

Las lágrimas llegaron mucho antes de los títulos. Esta vez eran más saladas que de costumbre. Sentí por un momento que era un llanto que, por un lado representaba la emoción de una historia conmovedora increiblemente bien contado; pero por el otro estaban esas lágrimas de sentir que alguna vez yo había sido ese equipo grotesco y burdo de fútbol americano que despreció a Radio.

Llamalo como quieras, autocrítica, meaculpa, qué importa. Lo cierto es que ayer maldije una y otra vez a todos aquellos que de alguna u otra manera a lo largo de mi vida me hicieron creer que yo era normal. ¿Qué clase de boludez es esa? ¿Quién decidió que era una buena idea pararse desde el prisma que nos da esa estúpida normalidad para discriminar la diferencia? ¿Acaso no somos todos diferentes y a la vez, todos iguales? Preguntas, tal vez respuestas, no lo se. Emociones que despierta cuando el arte se propone contar algo.


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