Plaza del Congreso, entre el ágora y el coliseo

Desde tiempos inmemoriales los argentinos nos debemos un serio debate sobre los destinos de nuestro país. Hoy, puertas adentro del Congreso Nacional, los legisladores se ven forzados a dar cuenta de esta voluntad popular. Afuera, la plaza, puja entre dos destinos posibles, el ágora griego donde se producía el debate o el coliseo romano donde se montaba un show. Una crónica de un viaje a través de las diferentes carpas y sus diferencias políticas, ideológicas, culturales, sociales y económicas. La otra realidad.


Resulta altamente normal para un porteño que transcurra su rutina diaria por el microcentro, presenciar incontadas protestas en contra de una u otra cosa. El informe del tránsito de la radio y la televisión se hacen imprescindible a la hora de encontrar el camino que tenga la menor cantidad de interrupciones posibles, ya sea por escraches, manifestaciones, carpas, cacerolazos y un sin fin de manifestaciones populares. Sin embargo, el conflicto entre el sector agropecuario y el gobierno logró reafirmar su carácter histórico incluso en esta categoría, la protesta y sus manifestaciones batieron records de todo tipo.

La Plaza del Congreso, un espacio verde importantísimo para el centro porteño, se ve alterada por las numerosas y variadas carpas que la habitan desde hace ya algo más de una semana. A simple vista se pueden notar diez tiendas de campaña apostadas a lo largo y a lo ancho de las casi dos manzanas que ocupa la plaza. Seis de ellas responden al kirchnerismo, una responde a lo que muchos llaman la tercera posición, representada por la gente del MAS, otra responde a un movimiento de pueblos originarios, otra a un movimiento evangelista y la más alejada del edificio del Congreso, es la de los ruralistas.

El sábado último por la mañana escabulléndome entre la niebla me apersoné en el lugar por donde pasan las miradas de todos los argentinos por estos días. Era temprano y la presencia de la gente era escasa. El frío tampoco ayudaba a que las manifestaciones populares se hagan eco. Sólo, en su lugar de siempre y con su realidad invadida estaba uno de los linyeras que duerme noche a noche por allí. Remoloneando mira a su alrededor, no entiende lo que ve; se siente invadido por tanta demostración de fuerzas. Todavía no comenzó el gran movimiento de gente, más vale aprovechar para seguir durmiendo.



Decidí recorrer la plaza de este a oeste para seguir algún ordenamiento que se vuelva útil a la hora de no perderse entre tanta toldería. Los más tempraneros fueron los ruralistas que apenas pasadas las 8 de la mañana comenzaron con los preparativos para servir el mate cocido. Un tablón, una gran olla de campamento y una bolsa repleta de pan de campo casero para convidar a todos los que pasaban por allí.

Las imágenes continuaban irrumpiendo el paisaje porteño, en la plaza, amarrada a un árbol, se encontraba una vaca. Nos acercamos a uno de los ruralistas que estaba por allí para preguntarle sobre el dantesco episodio. Rápidamente se deslindó de aquello, argumentó que no eran ellos los responsables de la presencia del animal completamente descontextualizado. Luego, indagando comprobamos que fue la gente de un medio local la que había tenido la idea que fue dada por tierra fugazmente debida a la presencia de personal policial que les obligó a retirarla.



Pasadas las 9 de la mañana comienza el movimiento del lado de las carpas K, por allí poca gente se acerca por lo que el movimiento era escaso. Las seis carpas están en el extremo oeste de la plaza. Sobre la dársena de paradas de colectivo hay apostadas tres de ellas. El frente transversal en la esquina que da a la Avenida Rivadavia, el Movimiento Evita en el centro y la carpa de Peronismo 26 de Julio en la otra esquina lindera con la calle Hipólito Yrigoyen.




Del mate cocido y la amabilidad a los malos tratos y la hostilidad a tan sólo una cuadra de diferencia. La sensación resultó extraña cuando nos acercamos a la tienda del Movimiento Evita. En un primer momento expresiones desagradables, que ningún periodista educado y bien intencionado reproduciría, nos dieron la bienvenida. Poca era la voluntad de diálogo con cualquier agente perturbador que pudiera poner en duda su concreta y segura posición sobre el tema retenciones.

Estos improperios se detuvieron a la orden de un líder del movimiento que desde dentro de la carpa me invitó a pasar y a entablar un diálogo. La charla se produjo en un tono cordial pero firme con una impronta discursiva digna de candidatura política acompañada por una disfonía propia y característica de aquel que vive de la palabra a gran escala. Parece quedar claro que es lo que se discute aunque se termine hablando de cosas distintas sin tener un conocimiento acabado de lo discutido. ¿Acaso esto importa?

Era hora de continuar el periplo. Del otro lado de la arteria que separa las paradas de colectivo del resto de la plaza están las dos carpas oficialistas más importantes. Compromiso K que tiene un largo de media cuadra y otra carpa anexa doblando la esquina y La Cámpora que ocupa la otra mitad de la acera. Al entrar a esta última el panorama fue desolador. Estaba vacía. La gente de operación técnica ultimaba los detalles de sonido a la espera de las actividades del fin de semana. Una larga mesa con mantel rojo imitaba aquellas usadas en situación de conferencia de prensa. Sobre la mesa, infaltable, un termo metálico y un mate recién cebado.

Sólo dos militantes acompañaban la escena. Rocío tiene 19 años y trabaja como pasante en la administración pública. Es misionera y vive en Buenos Aires. Habla con determinación, conoce sobre los procesos productivos de su provincia y tiene una prosa política que muchos líderes mayores que abusan de la fuerza y la movilización envidiarían. Las palabras son vertidas de su boca como las cataratas que evocan a su tierra. A su derecha la acompaña su madre proveedora de una mirada orgullosa y una sonrisa complaciente. Parece entender poco de política pero vasta con ver a su hija disfrutando en su máximo esplendor. Detrás de Rocío se puede ver aquello que resume la invasión que esta forma de protesta produjo. Con letras blancas sobre un cartel verde de época dice: Plaza del Congreso.



A esta altura uno piensa haber visto todo y sin embargo al espectáculo le quedan varios bises que irán haciendo su aparición en el transcurso de la mañana. Al costado de la gente de Compromiso K dos gazebos interconectados se identifican con una humilde bandera multicolor. Es la representación de los pueblos originarios. Al acercarnos, una mesa de plástico con sus sillas haciendo juego alberga a la única persona que habita ese sector. Nos acercamos a él con el fin de conocer su posición sobre el conflicto. No la tiene. Su presencia allí tiene otro fin. La misión era no desaprovechar la enorme concentración mediática que existe en ese sector de la ciudad para poder hacer visible su reclamo; que le devuelvan sus tierras.

En el centro de la plaza la carpa del Movimiento Socialista MAS continúa dormida y ya pasan las 11 de la mañana. No hay más que carteles que critican a uno y otro sector del conflicto por igual. Una gran pancarta roja resume la posición tomada: “Ni con Cristina, ni con el campo”. Entre los árboles y las demás carpas ni siquiera el característico color borravino de sus banderas logra hacer resaltar su presencia en el lugar.

A esta altura de la mañana y con algo más de 4 horas de idas y venidas uno se encuentra agotado. Queda mucho por recorrer, muchas situaciones sorprendentes por vivir. El caudal de gente que recorre la plaza se acrecienta. Alrededor de la carpa de los ruralistas la gente se apresta a expresar su apoyo, sus inquietudes y hasta incluso la más sincera curiosidad. En ese sector veo un grupo de gente con un logo que no esperaba ver ahí. En sus camisetas se veía claramente que decía FTV, iniciales de un movimiento ampliamente conocido por los argentinos, Federación Tierra y Vivienda. ¿Qué estaría haciendo la agrupación de Luis D’Elía en derredor de la carpa verde? Al acercarme pude leer la palabra que comenzaba a dar respuesta a la incógnita, debajo de las iniciales se podía leer “DISIDENTE”. Según sus representantes la disidencia se produjo luego de que el principal referente del movimiento entrara a la Plaza de Mayo utilizando la fuerza bruta para correr a los manifestantes, en los albores del conflicto por allá por el mes de abril. “Se olvidó del pueblo, engorda sus bolsillos y para nosotros nada” eran algunos de los reclamos que hacía este grupo que ahora decidía estar del otro lado del conflicto.



Quedaban por recorrer algunas carpas K y optamos por entrar a la del Frente Transversal. A los fondos del habitáculo se podía ver un plasma Sony que ostentaba sus 42’’ pulgadas entre varias columnas de parlantes. La tecnología, digna de ser envidiada por cualquier teatro del centro porteño, se erigía por delante de los colchones que se encontraban apilados contra una de las paredes de la carpa. Una mesa albergaba a cuatro personas que mantenían una intensa y agitada discusión. Al acercarme, otra vez el recibimiento fue desagradable. Uno de los cuatro disertantes se puso de pie bruscamente y me pidió que me identificara. Luego de hacer mención a la ciudad de San Pedro el enojo fue mayor; “gran piquete contra el pueblo en San Pedro”, me instiga a que opine cosa que decidí no hacer ya que no era mi función en ese lugar. El personaje se pone más violento hasta que es interrumpido por uno de los líderes del Frente Transversal.

Con el representante del movimiento anfitrión en esta carpa la conversación fue más civilizada. Poco se pudo decir de los fondos que costean toda la estructura edilicia y mucho se dijo sobre el apoyo incondicional al gobierno nacional. A lo largo de la charla se comenzó a oler en el aire un aroma de índole culinaria. Sobre una mesa, a nuestra derecha, se podían ver palanganas repletas de zapallitos, ajíes rojos y verdes, cebollas, tomates, acelga y carne. Una jubilada de 80 años cortaba incesantemente las verduras, para arrojarlas luego dentro de una olla de campamento convenientemente ubicada sobre un mechero. Pertenecía a la murga “Los Pibes de Boedo” y había sido convocada por Luis D’Elía para asistir en la tarea de alimentar a tanta gente, que resultó no ser tanta.



Estaba culminando nuestra mañana en el lugar, poco quedaba para ver. Sin embargo en las proximidades de la Plaza había pocas personas que podrían describir y comparar estas protestas con otras, como podría hacerlo el personal de seguridad del Congreso Nacional. Hasta allí fuimos, hasta el mismísimo edificio donde se lleva a cabo el debate sobre las retenciones. Era sábado y por lo tanto sus puertas estaban cerradas. Una de las estructuras de hierro estaba algo entornada, al empujarla nos dejó ver la puerta giratoria que se esgrimía detrás. Entramos con el fin de dialogar con el personal. Fuimos fuertemente invitados a volver a la calle y el agente de seguridad que nos acompañaba, una vez en la puerta, se dignó a hablar. Poco podía decir, sus declaraciones contenían el hermetismo esperado por cualquier ser humano cauteloso que se desempeñe como empleado público.

La visita había llegado a su fin. Aquí y allá se pudo ver, de un lado y del otro, las diferentes realidades de los nuevos y extraños habitantes de la Plaza del Congreso. Alrededor, la otra realidad, esa que es propia de la ciudad, la que día a día contextualiza ese espacio verde tan preciado. Hoy, el país asiste a un espectáculo que poco tiene que ver con lo que necesita. En lugar de recuperar el concepto de ágora griego que invita a debatir, a reunirse a intercambiar opiniones en asamblea, la plaza pública evoca aquel concepto romano del Coliseo; pan y circo.

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