Un año y dos días...




Buceo en mi bolsillo trasero izquierdo. Encuentro ese elemento tan constitutivo. Un cartoncito corrugado de color verde lleva dentro sólo algunas hojas escritas y muchas otras en blanco. Un sin fin de agujeritos alineados forman un numero que, supuestamente, es tan único como yo.

Ese cuaderrnito, producto de lo misterioso que hay en la capacidad simbólica del hombre, viene a reflejar mi identidad. Como parte importante de ella se denota el comienzo de mi existencia: 28 de octubre de 1982.

Cuando se produce un nacimiento se generan con él, e incluso antes, miedos, expectativas, incertidumbres, sueños, deseos, ambiciones, intrigas, pasiones, odios y tantas otras sensaciones que vaya a saber uno que nombre tienen. Un año y dos días después se produjo un nacimiento exponencialmente más importante que el denotado por este banal cuadernito verde. El 30 de octubre de 1983 nacía la democracia en la Argentina. Tal vez sea más apropiado decir que renacía la democracia pero en una expresión relacionada con las sensaciones no vale la pena entrar en apreciaciones históricas.

Por maldita y caprichosa decisión de la naturaleza, que otorga el uso de la razón allá por los 3 o 4 años, no recuerdo donde estaba un día tan importante para nosotros los argentinos. Mis padres, quizá por su enorme falta de voluntad política, tampoco me contaron sobre ese día. Si fueron a votar, si los acompañé, si quizá sentado comodamente en mi cochecito, ingresé a un cuarto oscuro para observar, con la curiosidad de los pequeños, la luminosidad que generaban esas boletas; TODAS. Tal vez me quedé en casa acompañado por mi abuela siguiendo los acontecimientos por televisión, juro que no lo se y, por ahora, no pretendo averiguarlo.

Como todos, con el tiempo fui creciendo y, como pocos, en mí se fue desarrollando ese enorme, y por momentos incómodo, compromiso social. Asi fue que me fui interesando por los sucesos importantes de nuestra historia nacional. Entre libros y fotocopias llegué a estudiar el famoso "regreso a la democracia". En un primer momento los acontecimientos me llenaron de reproches sobre aquellas cosas que no se habían hecho en ese proceso. Después, una señora un tanto comprometida con la causa de las boinas blancas, me mostró otra versión de la misma realidad. Ni una cosa, ni la otra, como escribía anteriormente, no es el análisis de la historia lo que le compete a esta verborrágica suelta de palabras a través de una birome barata en un sucio papel apoyado en el banco de una plaza. Se trata de sensaciones.

Si bien debo reconocer que no me es muy difícil, ayer me emocioné hasta las lágrimas. Sin miedo a equivocarme afirmo que elegí (si es que uno puede elegir emocionarse) el peor lugar. Sin duda, uno de los lugares más peligrosos para emocionarse es la redacción de un canal de noticias. Allí, incontables aves rapaces revolotean a la espera de una señal de fragilidad que muestre ese hueco en la guardia alta para que el cross de derecha llegue directo al mentón. Una presa fácil de los buitres expectantes era yo lagrimeando, esforzándome para fingirlo, mientras la poca visión que me quedaba entre el agua salada que recorría mis pupilas no me permitía ver lo suficiente como para tomar nota de lo que escuchaban mis oidos.

Estaba allí frente a la pantalla un hombre tan histórico como la historia misma. El primer presidente del regreso a la democracia estaba siendo homenajeado. Rául Alfonsín viejito, pero con las energías renovadas por los incansables ideales que mueven el corazón y alimentan a la razón, se disponía a hablar. El temblor en su voz parecía acompañar el vaivén de las hojas que sostenía en sus manos. Su cuerpo se inclinaba hacia el micrófono que alguna vez lo escuchó recitando palabras tan importantes como la mismísima constitución. En sus palabras el discurso se llenó de alma y vida, pasión, ideales, una verdadera lección que había que aprender.

"El objetivo de mi vida era que los argentinos nacieran, crecieran, se desarrollaran y vivieran en democracia". ¿Qué puede pasar por la cabeza de un hombre que se plantea este tipo de objetivos en una simple, sencilla y mundana vida humana? En este preciso instante me puse a llorar desconsoladamente. ¿Acaso no son minúsculos mis objetivos comparados con metas como esta? ¿Qué nos queda a nosotros por ambicionar? Por suerte, y para corregir lo antes escrito, mi llanto sí tenía consuelo y no se encontraba en los históricos episodios que, cronológicamente se fueron sucitando de 1983 en adelante, sino en esta magnánima frase. Miré profundamente la pantalla del televisor que tenía delante como con ganas de decirle a ese gran hombre de tamaña bravía que sí; que había logrado su cometido.

Los grandes hombres se plantean grandes objetivos con la absoluta certeza de que van a cumplirlos y con la increible virtud de hacerlo. Yo era carne y piel de aquello que el soñó. Tengo el orgullo de poder decir, y gran parte se lo debo a ese hombre, que yo nací, crecí y crezco, me desarrollo y vivo en DEMOCRACIA.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
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