Un viaje sin retorno

Para la gente que vive en el conurbano, como yo, que está acostumbrada a viajar una hora y media todos los días para ir a trabajar la noción de cercanía y su opuesta, la lejanía son enormemente relativas. Los 35 kilómetros que me separan de la Capital Federal no son nada comparados con los interminables 19 kilómetros que se encuentran entre mi casa en Morón y Gregorio de Laferrere. El sábado pasado tenía una misión que era parte de mi actual trabajo. En el marco del debate por la ley de imputabilidad había que conseguir la palabra de menores delincuentes. Esto implica, para empezar, una condena previa, decretando yo desde mi punto de vista quienes son delincuentes y quienes no, algo que en lo que se refiere a los menores, ni siquiera el Código Penal puede hacer. Ese sabor amargo ya invadía mi boca mientras me subía al colectivo 236 en dirección al barrio a las 7.30 AM.


El reloj movío incansablemente sus agujas para marcarme que fueron 40 minutos los que duró el viaje. Las "manitos del reloj" parecían invitarme a pensar que era lo que iba a hacer esa mañana. ¿Era la idea, demonizar a los chicos? ¿O sería mejor interiorizarse por la realidad que ellos viven para tratar de entenderlos mejor? De las dos preguntas, la segunda era la más satisfactoria. Mi contacto en el barrio era un doctor que trabaja ahí hace 25 años en el Centro de Salud del barrio llamado Santa Elena. Con él me encontré a las 8.10 AM en la parada del colectivo para luego ir en su auto hacia la sala que él dirige.


A las 8.30 AM el recibimiento en la sala fue cordial pero distante. Me explicaron rápidamente que intentar hablar con los chicos a esa hora sería imposible y que debía esperar, por lo menos, hasta el mediodía. Uno sabe que deja de ser periodista cuando lo que está a su alrededor comienza a serle indiferente. Habíamos recorrido aproximadamente 15 cuadras desde la ruta nacional Nº 3 hasta donde estábamos y a mí se me habían ocurrido más de 200 preguntas. También es cierto que en esos lugares uno tiene que cuidar las formas para no parecer que se indaga a las personas de manera policíaca y sí demostrar que nuestro interés por lo que sucede, es sensato.


El doctor, apodado "El Chino", comienza su relato, anticipándose a mis preguntas, mientras preparaba un rico mate. "Esta sala empezó con tres paredes y cuatro chapas, nos llevó 15 años que nos den los materiales para construirla. Lo que vos estás viendo es nuevo, tendrá 10 años nada más". El centro de salud está ubicado en una esquina. Una habitación de aproximadamente 3 x 4 metros hace las veces de recepción. Del otro lado de una improvisada ventanilla realizada con un enorme hueco en la pared se encuentra Cristina; ella está encargada de la farmacia, da los turnos, cura algunos pacientes y les da contención a aquellas personas del barrio que se acercan buscando simplemente una oreja. Nuestra querida "todo terreno" como suelen decirle a Cristina entre bambalinas, continúa el relato casi interrumpiendo a su jefe: "sabés que pasa, nadie se acuerda de nosotros, no les importa". Para darme algún material que pruebe su sentencia comienza a explicarme el funcionamiento del famosísimo Plan Remediar, a través del cual, supuestamente, ellos deberían recibir los medicamentos para asistir a la población. "Nosotros atendemos más de 5000 prestaciones por mes, nos tendrían que mandar 5 planes con sus medicamentos y nos mandan uno solo." comentaba Cristina mientras me mostraba el certificado que constata lo que dice. Según el registro, ellos tienen la medicina para tratar a 40 hipertensos pero a la sala asisten más de 80 personas con esa problemática y la hipertensión requiere de un tratamiento diario e impostergable.


"Una prueba más de que sólo les importamos para la foto es esta -dice "El Chino" mientras me alcanza un amargo servido en una taza- en 2005 para las legislativas anteriores vino Kirchner en persona y nos entregó una ambulancia, cuando la fuimos a usar vimos que no tenía ni seguro, ni habían pagado las patentes, ni nos habían dado un chofer". Según su relato, de haber tenido que esperar que todos los papeles estuvieran en regla, el vehículo hubiese estado estacionado más de un año; por supuesto, las urgencias y el sentido común hicieron que la ambulancia se empiece a usar el día después de la visita del ex-presidente.


Cristina continúa relatando su experiencia en el centro de salud y resulta evidente las largas horas que ella está presente en el lugar; producto de la conversación emerge el tema del salario; Cristina no cobra un sueldo, su único haber son $150 pesos del Plan Jefes y Jefas y, con eso y la colaboración de algunos vecinos, viste y alimenta a sus siete hijos. Huguito, el menor de ellos, corretea por la sala como si fuera un gran salón de juegos con la música de nuestra charla y algún que otro grito esporádico de su madre para que se aleje del esterilizador que está caliente.


"Hola, Buen día" se escucha desde la puerta. Parada ahí una chica de 15 años que irradia simpatía con su sonrisa y transmite respeto con su ambo blanco recién lavado, almidonado y llevado con un enorme orgullo. "Vení, Vero, pasá, te presento a Quique, un periodista que vino a hacer una nota" dijo el doctor y ella hizo caso de inmediato. Con sus escasos 15 recién cumplidos Verónica, en lugar de fiesta, logró que sus padres, con un enorme esfuerzo, le compren la ropa que usa para trabajar todos los sábados. Todos los años "El Chino" lleva a cabo un curso de Agentes de Salud, una figura que el mismo describió como "enfermeros y enfermeras sin título". En los 5 años que lleva el curso ya se recibieron más de 600 personas que están diseminados por todo el barrio para aquellas emergencias que no logran llegar a tiempo a la sala. Verónica se recibió el año pasado. "Yo quiero ser médica, cuando él se jubile -lo mira al Chino con un guiño cómplice- alguien tiene que seguir con todo esto". Durante la semana va a la escuela y los sábados realiza extracciones, curaciones, toma la presión y hace los chequeos rutinarios a los recién nacidos que son mayoría en la sala de espera.


"Ahora, vos te asombrabas porque Cristina cobraba $150 pesos, yo también estoy solamente con el Plan Jefas, acá la mayoría está así, nadie cobra lo que debería por lo que hace", me apuró Nancy apoyando con firmeza el mate sobre la mesa y mostrando cierto enojo en su rostro. Ella está ahí hace más de 5 años, se acercó porque por condición médica tenía que mantenerse alejada de los quehaceres domésticos, además la violencia familiar a la que era sometida hacía que sea más sano y seguro para ella pasar tiempo fuera de su casa. El Chino le abrió las puertas y ella comenzó a ayudar con algunas tareas básicas, al cabo de un año se transformó en una especie de contadora para la sala. Ella lleva el registro de todas las prestaciones que se atienden en la sala y de todos los medicamentos que entran y salen de ese lugar. "Por suerte soy buena con los números, sino me decís como vivo con $150 pesos por mes", me decía mientras yo para mis adentros pensaba en pedirle que me enseñara a hacerlo.


Sin ningún lugar a dudas, la sala Santa Elena es el punto de encuentro del barrio. Entra por la puerta y se sirve un mate un hombre de unos 30 años a los que todos saludan como "Rubencito". Yo, con la irreverencia que me caracteriza pregunto ¿Rubencito, no estás un poco grande para Rubencito?. "No, lo que pasa es que a él lo conocemos de chiquito -me explica El Chino y prosigue-; a mediados de la década del 90', creo que fue en el 96' más o menos, yo hice un grupo para recuperar a los chicos que estaban en la calle y Rubencito era uno de esos". Una mirada me bastó para que Rubén comience a contar su historia. Su grupo de amigos se juntaba a tomar en la puerta de la sala, se drogaban, robaban y hacían todo tipo de desmanes. Un día como cualquier otro, El Chino los invitó a pasar y se pusieron a charlar con él. A la semana próxima el doctor trajo en su auto un televisor, una videograbadora y una película, "yo me acuerdo, era La Sociedad de los Poetas Muertos" acota Ruben mientras me caen las primeras lágrimas por las mejillas. Casi sin saberlo, encuentro a encuentro, El Chino, sin ninguna experiencia como psicologo, formó un grupo que después de dos años de reuniones logró sacarlos de la calle. Hoy Ruben maneja un camión y mantiene a su familia que está compuesta por su mujer y sus tres hijos.


Ruben se va y atrás de él entra desesperada una madre con su bebé morado. El Chino se para rápidamente, corre la pava, lo apoya sobre la mesa y comienza a hacerle los primeros auxilios para que el bebé vuelva a respirar. Lo logra. La madre lo abraza feliz mientras con la otra mano intenta abrazar al doctor. Este la lleva a su consultorio, ya más tranquilos, para explicarle que hacer en estos casos. Cristina intenta explicar la escena traumática: "Acá es así, está todo bien y de repente una emergencia te cambia la vida". Creo que con su cancha para atender pacientes se había dado cuenta, antes que yo incluso, de lo que estaba pasando en mi interior, esa mañana me estaba cambiando la vida, ya nada sería como antes.


Antes que El Chino regrese a la cocina de la sala entra un grupo de cinco personas del grupo de Arquitectura Social de la UBA. "¿Está El Chino?" pregunta uno de ellos mientras el doctor lo sorprende por detrás. Este grupo de hombres y mujeres vinieron a ver como seguía la obra en el piso superior de la sala. Después de muchísimo pedir a un corralón de materiales consiguieron que le donen unos ladrillos para construir un primer piso cuyo proyecto estaba siendo llevado a cabo por la gente de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Buenos Aires. El Chino me mira y me dice sonriendo: "Decile a Majul que no me estoy haciendo el Sheraton eh!, es una piecita donde le doy de comer a 150 familias todos los días". Hace un par de años, la gente del centro de salud fue casa por casa a realizar un censo y descubrieron que el 40% de los niños del barrio tenía un cuadro grave de desnutrición. Le comentó la problemática a la municipalidad y estos intentaron inscribirlo en un plan para darle gotitas de hierro y calcio a los chicos. El Chino, vehemente y testarudo como es, les explicó: "La única cura para la desnutrición es la comida, ahí no hay mucha ciencia". Y con algo de dinero que se puede juntar con las colaboraciones de los que se atienden en la sala, compran comida para preparar la vianda todos los días.


Ya son más de las 12 del mediodía y el Doctor Olivieri, nuestro incansable Chino, se tiene que ir a su casa, vive en Avellaneda y es un largo viaje de regreso. Todavía no había entrevistado a los chicos y en ese momento ya no tenía mucha relevancia. Si mi viaje había sido para interiorizarme en la problemática que los lleva a los chicos a delinquir, esto había sido más que suficiente. Seguramente en mi interior quedan impresiones, historias, sensaciones que mi memoria me impide plasmar en estas líneas. Era un simple viaje para realizar una nota sobre la delincuencia juvenil, un ida y vuelta rápido para que haya una nota televisable el lunes a la noche para poner al aire; terminó siendo un viaje sin retorno a una realidad conmovedora, impensada, increible, emocionante, vibrante, triste y feliz a la vez, un viaje a la condición humana de las personas erigiéndose por sobre las condiciones de vida en las que están inmersos. En fin, un verdadero viaje sin retorno.


N. de R.: La nota con los chicos se pudo ver en La Cornisa, el programa de Luis Majul, el lunes 20 de abril a las 22.30 hs. Afortunadamente esto me exime de tener que relatar la entrevista que estuvo basada en preguntas para obtener las respuestas que eran requerimientos de las reuniones de producción y que, desde mi óptica, ya habían sido respondidas durante todo el transcurso de la mañana.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Muy bien, Quique! Buena nota. Buen laburo. Los periodistas se tienen que involucrar, basta de esa pelotudez llamada "Objetividad".
Abrazo
Tóma
Verona ha dicho que…
Una prueba más... Sostener el deseo no tiene que ver con condiciones socio-economicas apriori sino viceversa...
Un orgullo tu trabajo!
Tu hermana, Verona.

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