En territorio enemigo

Explican los grandes estrategas de la guerra que conviene sostener el episodio bélico en un territorio que no sea el propio para evitar costes innecesarios que se desprenden de los destrozos que generan los enfrentamientos. Hoy me toca escribir, como se suele decir en jerga futbolera, de visitante. Una de mis responsabilidades laborales para el próximo programa es detallar las cuestiones que llevaron a muchos a definir a esta campaña de sucia. En esa búsqueda, como suele suceder a aquellos de pensamiento inquieto e indefinido, comencé a analizar otras cuestiones.

Además de sucia, en esta campaña queda sistemáticamente explicitado que “billetera mata proyecto”, aquellos que tengan el suficiente sustento económico son los más propicios para ocupar cargos públicos. Dicho de esta manera suena a un contrasentido y todo nos hace sospechar que así sea. Sin la intención de buscar en citas una opulencia innecesaria me animo a retrotraerme a Platón, filósofo antidemocrático si los hay. En su obra más famosa, República, el discípulo de Sócrates expresa que es necesario desconfiar en todo aquel que tenga intención manifiesta de ocupar espacios públicos. De hecho, explica que los más sabios, por su acabado entendimiento de lo que representa la cosa pública prefieren evitar todo contacto con esta; la polis, por su parte, debe buscar sistemáticamente que los filósofos ocupen estos espacios ya que es lo mejor para la vida en comunidad.

Cuando, en el marco de la participación política partidaria, existían las elecciones internas se podía argüir, con dudosa veracidad, que era el partido quien le pedía al candidato que representara sus ideas y su plataforma; como la polis hacía con sus sabios. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, las elecciones internas brillan por su ausencia y más allá de la gravedad institucional que esto representa, lo cual no es objeto de este artículo, cabe destacar que aquel que quiera participar en política y tenga con que, no tiene impedimento real.

¿Cuál es el objeto que persigue una persona que dedicó toda su vida adulta a la incesante generación de riquezas y engrandecimiento de su fortuna, en su intención de participar de la vida pública? Supuestamente la vida pública es una vida austera. La condición pública provoca una exposición exhaustiva y agotadora que no tiene un rédito económico suficiente. Ningún sueldo, ni el más alto, justifica las responsabilidades que uno asume cargando en sus espaldas con la representación de miles de personas. Además, ningún salario, precio del proletario por su fuerza de trabajo, puede ser más alto que las ganancias que uno percibe siendo dueño de los medios de producción, ninguno, ni siquiera el sueldo de funcionario público.

Este interrogante nos deja dos posibles respuestas. La primera es creer en un supuesto altruismo pelirrojo repentino que siente la necesidad de devolverle a la sociedad lo que le quitó sistemáticamente, como empresario. Cosa que según demuestra el historial de su accionar en los últimos cuatro años dentro de la Cámara de Diputados de la Nación; lo que puede ser visto en http://www1.hcdn.gov.ar/cb/proyectosd.asp?ultResultado=firmante&pageorig=1&chkfirmantes=on&ordenar=3&fromForm=1&whichpage=1&diputado=DE+NARVAEZ,+FRANCISCO&ordenfirma=2&fecha_inicio=1999-03-01&fecha_fin=2009-12-09 nunca fue su intención. La segunda respuesta es la de sospechar que en nuestro país ser una figura pública genera réditos en el ámbito privado cosa que es, desde el punto de vista teórico, contradictorio y desde el punto de vista del sentido común, indignante. Una persona beneficiándose ampliamente de la representación de miles mientras estas, sus votantes, sufren un sin fin de desmanes. Produce, a quien lo piensa un instante, una indigestión que no sana ni el mejor remedio digestivo.

Luego de tanta pompa a la cual, como proletario, me veo obligado a realizar a la hora de la venta de mi fuerza de trabajo, era necesario hacer mi descargo personal realizando una crítica que no suele estar muy presente en los medios de comunicación que atentarían directamente al corazón de su negocio; sustentado expresamente por empresas que se nutren constantemente de su relación con el poder.

Me preguntaba un compañero de básquet que estudia periodismo como se hace para entrar. Él quiere comenzar a trabajar de lo que estudia y no encuentra dónde, no logra dilucidar cómo. Yo me pregunto si es mejor estar adentro o afuera. Concluyo, por ahora, que es válido estar dentro siguiendo aquello que maravillosamente detallaba Maquiavelo en “El arte de la guerra”: “Siempre es mejor librar batalla en territorio enemigo”.

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