¡¡¡¡Buenos Días Buenos Aires!!!!

Los militares tienen sus propias regulaciones. Aquello que se permite entre los civiles, puede estar completamente prohibido a la hora de tener el uniforme puesto. Son leyes a medida de las circunstancias, sin consultar, sin posibilidad de debate. El rango que se ostenta en la manga es aquel que define las cuestiones centrales de la vida de los soldados y vaya usted a quejarse con su mamá porque sin duda esa será la única instancia en la que será escuchado. Algo así como enojarse con alguna regla impuesta por la “seño” del jardín, no hay tutía.

La sucesión de hechos de la semana pasada en el Congreso Nacional me dejaron esta sensación de incomodidad. Un plenario de comisiones trata una de las leyes más importantes para TODOS los ciudadanos de Argentina desde la vuelta a la democracia y frases como “usted se calla” o “acá se vota como yo digo” dominaron la escena. Basta con espiar de lejos una clase de polimodal para ver que los niños están mucho más verdes que en otras épocas. Esta devaluación generacional parece darse en todos los ámbitos de la sociedad; en nuestra clase política también.

Una clase política basada, casi exclusivamente, en la coyuntura con análisis del tamaño de la cabeza de un alfiler y sin tener en cuenta todo lo que sucede a su alrededor, todo lo que compromete una ley de estas características. Por supuesto, algunos ostentan en sus mangas más rayitas que otros y por lo tanto aquellos que tienen en su brazo algo parecido al logo de Citroen llevan las de ganar frente a los que tan sólo pueden ostentar el viejo logo de Fiat.

De repente, las normas cuidadosamente aplicadas a raja tabla por los obsecuentes de turno causan en la población un sinfín de daños que perjudican a pueblos enteros. Se intenta seguir adelante, se intenta luchar contra lo establecido hasta que una radio por allá y otra más acá, se apagan a la orden de algún pseudo capo trasnochado.

El desanimo es evidente, no hay ganas de seguir, ¿para qué? ¿qué sentido tiene sostener lo que las autoridades hacen insostenible? Hay un único sentido. Ese que el comunicador no puede ver en su rutina diaria. El otro lado, aquellos que esperan día a día y a la misma hora, la voz incondicional del otro lado del parlante. Esa voz que no le dice que no tiene ganas de hablar, aquella que siempre le atiende el teléfono, esa que logra eludir los horarios de visita y se queda siempre a su lado en la fría habitación de un hospital, esa voz que no se cansa cuando estamos en lo más álgido de nuestra cosecha con 40 grados a la sombra. Ella siempre está y la necesidad que tienen las personas de que esté, es el único sentido.

En ese momento, cuando uno cae en esa realidad y descubre lo importante de su tarea, que escapa enormemente a su persona, todo vuelve a empezar. Allí contra todas las regulaciones en contra, contra todas las adversidades, frente a todos los intentos de censura, contra todos los atentados a la libertad de expresión; allí frente a todas las circunstancias adversas vale la pena sentarse frente al micrófono y decir: “Buenos Días Buenos Aires” o “Buenos Días Vietnam” o cualquiera sea la ciudad que necesite escuchar un cálido saludo y una mano en el hombro, antesala del más sentido abrazo.



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