Pasame letra

Poco se habló en este espacio de la ley de servicios audiovisuales a pesar de que quien escribe estuvo enteramente afectado a la cobertura del tratamiento de la misma. Recorrer los pasillos del Congreso de la Nación, observando y retratando radiofónicamente lo que sucede, me llevó a dos conclusiones. En primer lugar debo decir que la clase política argentina ha demostrado, por enésima vez, que no está a la altura de las circunstancias cuando le toca actuar sobre algún factor trascendental de la vida de sus ciudadanos. La segunda conclusión es que aquel sabio pensador italiano tenía muchísima razón en su libro "Discursos sobre la primera década de Tito Livio" cuando aseguraba que lo más importante en una república son las instituciones (se llama Nicolás Maquiavello, para algún distraido que ande por acá). Sin ellas, esta ley sería una herramienta más de gobierno, más allá de que sea posible que aún bajo la existencia de las instituciones lo sea de todas formas.


¿Qué decir sobre el tratamiento en Diputados? Políticos insultándose mutuamente, dirigentes desacreditando verbalmente las reflexiones de otros, ninguno con un interés real y constructivo formando parte de las audiencias públicas, legisladores que hacían honor y culto de su desconocimiento sobre la ley y bloques partidarios que consideraron que no representar al pueblo era la mejor manera de representarlo (si te molesta la redundancia, andá y quejate al congreso). Clase política mediante, volvamos a las instituciones. Se supone que allí, donde está la representación del pueblo, se encuentra la salvaguarda contra el despotismo, la desidia y la prepotencia. Allí está el tratamiento que el pueblo le da a las leyes para tratar de evitar que los grandes se salgan con la suya. Sin embargo, el pueblo es torpe, bruto, agresivo, desagradable, ignorante, grosero, holgazán y despreciable; o, por lo menos, así son sus representantes que brindan en cada ocasión un espectáculo bochornoso.


Honrosísimas excepciones se encontraron la noche de la votación en el recinto donde, más allá de sus banderías, algunos diputados realizaron una oratoria digna de una persona que se gana la vida a través de la palabra. Diputados como Lozano, Bonasso o Morandini (es escasa la lista porque escasos son los buenos oradores) realizaron un análisis pormenorizado en tan sólo 10 minutos de los pro y los contra de esta nueva ley de medios. Tal vez no se haya notado en la prosa de mi texto, con lo cual, quizá sea importante realizar una aclaración en esta instancia, esta columna no se trata de estar a favor o en contra de la ley de servicios audiovisuales, eso debería ser, para este entonces, una opinión formada en cada uno de los lectores dependiendo de que canal de televisión vean. Esta columna tiene la intención de reflexionar sobre nuestro país, en este caso analizando sus políticos y sus instituciones, o parte de estos en un caso concreto.


Nada que rescatar en el circo de los "cíclopes de cristal que devoran ambición" (gracias Mollo) y sólo les importa que los legisladores sean lo suficientemente mediáticos a la hora de ponerlos a decorar el centro de una pantalla recubierta por graphs editorializantes de todos los colores, los números de la quiniela, la temperatura, la hora, alguna información de tránsito y si sobra espacio algún otro detalle menor que pueda atragantarnos un ratito. La política a través de la tele nos llevó a que los principales esfuerzos de los que tienen la responsabilidad de gobernar y/o legislar el país sea delante de las cámaras y no en sus puestos de trabajo. Así, no hay nada que hacer en el recinto pasada la hora de los noticieros ya que tiene mucha más notoriedad salir a perder la chabeta con eufóricas denuncias de nulidad que se vuelven nulas a medida que van tomando ese color tan extraño de la pantomima payasezca.


Senadores, otro cantar. Allí el debate está transcurriendo un poco más civilizadamente. Se supone que ellos son la Cámara Alta y por ende, su altura les hacer ver las cosas desde más arriba, a otro nivel. Ya no necesitan discutir ni insultarse; los chicaneos irónicos y las miradas de desprecio son la representación de la agresión en la alta sociedad. Otro nivel, quizá no otro conocimiento pero seguramente a otro nivel. Es como aquella familia snob que no se permite ningún comentario escatológico porque les resulta desagradable recordar que, en el mejor de los casos, todos ellos se sientan en nuestro redondo y blanco amigo al menos una vez al día. La elite no se permite mostrarse desagradable aunque si se permite serlo, siempre y cuando sea, puertas adentro y con mucha discrecionalidad.


El transcurrir de la discusión no genera muchas esperanzas ni espectativas. No nos brinda una cuota de optimismo a la hora de pensar que esta clase política argentina actual, vomitada de las pantallas de LCD de 42 pulgadas, pueda tener la suficiente jerarquía moral e intelectual como para regir sobre uno de los aspectos más importantes de los argentinos en el Siglo XXI, sobre la principal manera de entender el mundo que tienen las nuevas generaciones, los medios de comunicación. En este marco de terrorífico pesimismo encontré una situación que me resultó aún más controversial. Jamás supe que sentía una maestra cuando enganchaba a algún alumno o alumna copiándose, hasta que vi esto el jueves pasado. En la primera audiencia pública en la Cámara de Senadores el presidente del bloque de la Unión Cívica Radical, Gerardo Morales, se acercaba a la presidenta de la comisión de Libertad de Expresión de la Cámara de Diputados, la diputada Silvana Giudici. Tal vez para que ella lo ayude a expresarse, se lo vio en una clara actitud corporal: "Che, Silvana, pasame letra". He aquí la actitud de nuestros dirigentes.



COMENTARIO APARTADO

DETALLES: Me hizo ruido toda la semana pasada una cuestión que noté llevando a cabo las coberturas en el Congreso de la Nación. El edificio no tiene ventanas. En ningún lugar donde se realizan las reuniones hay una salida al exterior. Luz artificial y nada que los conecte con la gente. ¿Cómo representar algo con lo cual uno no puede conectarse? Quedará para otra reflexión es tarde y mañana me espera otra larga mirada a las aberraciones de la política nacional.

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