Agujero Interior


Unos bizarros músicos hermanos de La Plata acuñaron una frase que de ser tan marketinera ya nadie más reflexiona sobre ella. "Hay que salir del agujero interior" decían vestidos de enfermeros sobre el escenario con máscaras verdes y fumando mientras cantaban.
Qué significará eso!? Cual es ese agujero interior del que hablan? ¿Dónde está?. Estoy en un momento en el que me siento encerrado en un lugar. Ese espacio está perfectamente diseñado por mí, por mi perfecta incapacidad de tomar decisiones de peso sobre mi propia vida. Creo querer cierta cosa y cedo ante la imponencia de alguna propuesta maltrecha que colma mi cerebro de promesas y orienta mis sueños hacia el más estrepitoso choque en la curva de la bajada de la Avenida Lugones. Tal vez al caer el auto en las vías no sienta nada y simplemente desaparezca.
Tal vez este estado de situación deplorable sea mi agujero interior. Considero que cada uno de nosotros moldea artesanamente su propio agujero para que sea lo suficientemente cómodo como para poder habitar allí todo el tiempo posible. Estéticamente la mayoría de los agujeros se parecen. Toman la forma de aburridas jornadas rutinarias que con pequeñísimas variables comienzan temprano, continúan en algún grito acompañado de insulto en el yugo del trabajo para luego desembocar en la estupidizante práctica de tirarse en un sillón frente a un cuadrado negro que responde a nuestros impulsos transmitidos por unos pequeños botones y se limita a proyectar luces diferentes todo el tiempo.
Sin embargo, una vez cada tanto, este agujero se vuelve incómodo. Este útero ya no puede abarcar nuestro crecimiento y los bordes del cuadro ya no pueden contener la pintura. Algo nos lleva a exceder el marco por nosotros creado. En ese momento la idea de salir, de cualquier manera, resulta una idea brillante. Algo nos lleva a creer que sólo tener la idea alcanza para llegar a estar afuera. Claro, si esto lo crea la mente, pensar en algo me sacará de aquí.
Cierro los ojos, los aprieto fuerte. Pongo mi cara contra el sol y el rojo de la oscuridad me permite soñar. Me veo y soy un gran cirujano de hospital. Acabo de realizar la sexta operación de by-pass y los anestesistas me pidieron expresamente que los espere en el bar para compartir esa cerveza. Vuelvo a abrir los ojos. No. Ya no funciona. Cuando era niño todo era más fácil. Cerrar los ojos podía provocar un viaje casi a cualquier lugar.
La adultez trajo consigo a dos de sus peores amigos que son los indeseados visitantes de esta vida que planea ser una fiesta. Lo concreto y la materialidad llegaron y automáticamente la celebración se secó, el silencio se adueñó del ambiente, las risas se acallaron y ahí estamos, todos, vos y yo, cada uno dentro de nuestro propio agujero otra vez.
Salir implica apostar, arriesgarse, a los ojos de los otros implica también enloquecer aunque tu sensación sea la de una cordura como nunca antes experimentaste. Ese rumbo extraño que nadie te aconseja seguir. Esa cosa que te lleva de adentro hacia afuera, que te hace discutir con vos mismo para poder discutir con los demas. Esa fuerza extraña, demandante y preciosa que puede transformarse en una pequeña escalera para salir de ese aburrido y despreciable agujero interior.

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