Alma de Zinc


Uno se construye a fuerza de historias. Historias que se viven desde el nacimiento, que dejan marcas y que determinan caminos, destinos, viajes y retornos. Pero no son sólo éstas las historias que forjan a un ser humano, también están las otras, las que no se eligen. Las historias de tu país, de tu barrio, de tu familia, de la gente que te rodea, que te quiere, que te cuida y que sabés que están y estarán siempre con vos.
Nací en una familia tanguera. Recuerdo que la primera vez que escuché un rock fue Creedence Clearwater Revival a los 12 años. Si mi memoria emotiva no me falla fue “Have you ever seen the rain”. En mi cabeza el contraste musical no favorecía a John Fogerty. Tenía los arreglos para el Quinteto Real de Horacio Salgán grabados a fuego gracias a los designios de mi viejo. Los adultos no caemos en la cuenta de que cuando escuchamos música junto a los niños los estamos educando musicalmente, marcándolos de por vida. Yo jugaba y correteaba por ahí, no me ponía a escuchar con mi viejo pero estaba, sonaba, construía adentro mío. Pasaban monstruos de la música por los parlantes del auto de mi viejo que escupían el sonido empastado del cassette. Escuché a Astor, a Rubén Juárez, a D'arienzo, De Angelis, Di Filippo, Maffia, Laurenz, Francini, Pontier, Plaza y un cassette de la orquesta de Basso que tenía un color amarillo antiguo de esos que están en los libros que descubren los arqueólogos en las películas yanquis. Y Salgán, siempre Salgán. La música venía acompañada con historias de la vida real que tenían el tenor de los cuentos más épicos del mundo. “Tu abuelo tocó con este tipo” me decía mi viejo mientras hacía fuerza para que su lagrimal no largue esa agüita tan característica que los hombres de aquella época temían tanto. Por razones familiares que no vienen al caso, a mi abuelo nunca lo conocí. Cuando tenía 6 años dejé de verlo y lo ví solamente una vez más, un par de semanas antes de que se fuera. Era bandoneonista. Mi viejo lo mantuvo vivo en mí todo este tiempo, tal vez porque sabía que así se podría mantener vivo en él también. Tal vez lo mantuvimos vivo juntos, él, mi hermana y yo. Tal vez lo necesitábamos y lo sigamos necesitando para construir nuestra historia dentro del arte.
Así fue creciendo esta historia dentro mío sin que yo me diera cuenta. Fui transitando otros caminos, me alejé, viajé, recorrí y siempre corría con la misma suerte: escuchaba un tango y lloraba a mares. El tiempo pasaba y, sin el temple adecuado, eso puede jugarnos en contra. A los 25 años tuve la intención de empezar a tocar el bandoneón pero pensé: “No, ya es tarde, no vale la pena”. Por suerte crecí y el tiempo maduró conmigo. Tenía 29 años (todavía los tengo) cuando dije: “Yo voy a tocar el bandoneón”. Esta vez en serio, esta vez haciendome cargo de mi deseo, llevándolo adelante conmigo, poniéndole el pecho y colgándomelo al hombro.
Y así, como quién no quiere la cosa, este fin de semana entendí finalmente aquel proverbio chino que decreta: “Tené cuidado con lo que deseás”. Me subí a tocar a un escenario. No se como describir esa sensación, tenía una emoción en el alma que apretaba con una fuerza que jamás sentí en mi vida. La fuerza de saber que uno ama eso que va a hacer, eso que está haciendo, eso que hizo. “Te temblaban los deditos” me dijeron varios que miraron atentos mi debut. Gente con un corazón enorme, bandoneonistas consagrados que sabían que lo que yo estaba tocando era sencillísimo pero que venía con la carga emocional de los años, con las historias vividas, con la pasión y el sentimiento del que se sube a un escenario por amor a eso que hace, con la pasión y la entrega de aquel que no le da lo mismo estar ahí o en cualquier otro lugar. Fue eso lo único que pude dar. Dejé arriba del escenario de la Sociedad Italiana de Rafaela tan solo eso; un pedazo de mi historia, mi corazón, mi alma, mi pasión por esta locura, mi locura por esta pasión, mi vida, mi esfuerzo, mi sacrificio como alumno, mis lágrimas, mis temores y todo el amor de la gente que me acompañó y me acompaña en esta locura que es TOCAR EL BANDONEÓN.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Las palabras dicen muchas cosas

Luis XVI y María Antonieta

Un tango para Serrat