Peripecias de soñador


Hace poco me enteré que era dueño de mis sueños. Soñar no cuesta nada dice el dicho que no entiende que los sueños nacen para ser concretados; eso cuesta y mucho. Ahí estaban ellos ríendose de mi decidia, de mi cobardía, de mi manera de ver la vida atravesada por pintorescos cuadros en paredes de barro que decían todo lo lindo que sería tal o cual cosa. Óleos pintados en condicional, pinturas que cambiaban de forma y de color, que se alejaban y se acercaban en función de mis estados de ánimo. Verdaderos dueños de mi destino. El pasillo desolado condicionaba el paisaje triste y pesadumbrado de vivir entre sueños como aquel que vive en un castillo de cristal. Bonito pero frágil, aburrido, impoluto y detestable.
Una noche de esas que terminan a las 10 de la mañana, un amigo soltó prendas sobre algo impresionante. La rutina continuaba con su paso pero esta vez me haría su presa. Es así, siempre es así: “Che boludo, escuchá a este tipo lo que canta” o “No, pará, vos sabés que hay una mina que hace una música del carajo”. Así transcurren las horas que siembran en la tierra arada de un alma sedienta de arte. Esa noche no fue una noche más. Era julio, exactamente hace un año, un amigo uruguayo se encarnó y desde sus raíces suspiró: “Eh... yo tengo ganas de poner una música, si no gusta la sacamos”. Hizo un gesto extraño como si se estuviera acomodando el moño de falso presentador y dijo: “Esto es murga uruguaya”.
Recuerdo todavía el alboroto neuronal. Mi cabeza se había desordenado por completo, chocaban los circuitos, las dentritas no encontraban los caminos para llevar los impulsos eléctricos a donde corresponden, mi cuerpo no sabía como reaccionar, no sabía como sentarme, ni como pararme, ni si debía hacer tal o cual cosa. Acostado no probé, no se me ocurrió. Hay momentos en los que, ni a los más avezados comunicadores, se nos ocurre cómo comunicar. Sonaba lo increible. Arreglos de voces, acordes, complejidad musical, historia, letra, arte por todos lados, un verdadero espectáculo con todas las letras. “No termina ahí -decia con ganas de darme el golpe del knock-out -esto además viene con vestuario, maquillaje, puesta en escena y puesta de luces ¡lo tenés que ver!”. No hacía falta tratar de entender qué era, tampoco cómo era, sólo bastaba con que esté, había que escucharla.
La vida, en su tránsito, no deja de enriquecerse. Dispara a mansalva y con balazos certeros suma heridas que nunca cicatrizan, quedan ahí esperando por uno, al resguardo del tiempo, pacientes hasta que de una vez por todas son incorporadas a nuestro mapa cotidiano. Esa magia de los recorridos que te va marcando caminos extraños que presentan frenéticas oportunidades.
Y había murga uruguaya en Argentina y se puede hacer, y se puede participar, y te reciben con los brazos abiertos y tienen esa generosidad que solo se carga en las estaciones de buena gente que quedan por allá cruzando el charco. ¿Pará, en serio? Sí, en serio, eso existe.
Y la realidad bajó un cuadro a tierra y me invitó a subir, me invitó a trazar esos colores, a bailar ahí dentro, a cantar con la voz ronca la alegría que brota desde el alma. Ese ya no cambia de colores, ese volvió colorido el paisaje, lo dotó de sentido. Aquel pasillo ya es otro, me ubica en otro lado, me encuentra en otro lado.
Hay millones de definiciones de murguista. Canciones, cuplés, clarinadas, retiradas, frases, páginas interminables de las emociones que viven los de allá. Los que se dan el enorme placer de detener el tiempo todos los febreros para disfrutar de pintarse la cara y jugar a ser otro por un rato, unos humildes 45 minutos. Desde acá, es otro el prisma, es otra la mirada. Un abrazo y un beso con gusto a crema Nivea, una risa a carcajadas y un guiño con sonrisa desde arriba del escenario, un palmazo tierno y sincero del más reo, un aplauso tibio y dulce que brota desde arriba, el milagro de hacer propias tus palabras, una entrega indispensable y un dame ineludible.
Sí señoras y señores, soy parte de una murga. Un grupo de locos y locas que tenemos en lo más íntimo de nuestros fueros la enorme vocación de decir. Un colectivo humano que cree en jugar a ser artista, que sueña y apuesta a doble o nada por hacernos la vida mejor cantando aquello que suena a bajo volumen por las calles de nuestra ciudad. Late el corazón, vibra el pecho, florece una emoción.
Y aquí vienen las frases de aquella retirada que jamás pienso escribir, esa que se va, esa que deja todo como está, esa que nunca cambia y que nunca cambiará nada de su realidad. Cobarde entregadora de los sueños que, por ser hidalgos caballeros opulosos, nos tiran para atrás. Prefiero imaginar la escena para atrás, ir para adelante conquistando anhelos, soñando fuerte y claro. Puedo hacerlo, ahora tengo red. 15 delirantes de colores que vibran a tres voces en mi corazón. Siempre me pregunté: ¿A donde se irá la murga? No se, no importa, ¿le preguntan si me lleva?

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